La madrugada del 29 de septiembre de 2025, un barco civil con ayuda humanitaria fue interceptado con violencia en aguas internacionales: el secuestro de la Global Sumud Flotilla reveló la brutalidad de Israel y la complicidad de gobiernos que prefirieron el silencio. Mientras México redujo el hecho a un “incidente en altamar”, Colombia con Gustavo Petro lo nombró como crimen de Estado. Este análisis, acompañado de nuestro podcast, recupera las voces de quienes en las calles de la Ciudad de México rechazaron la tibieza oficial y denunciaron la omisión diplomática frente a la dignidad internacional.
Criminalización de la Ayuda Humanitaria
Aguas Internacionales, Aguas de Impunidad – El Giro de la Rueda
Por Kino Balu
El secuestro en aguas internacionales: violencia contra la solidaridad
La madrugada del 29 de septiembre de 2025, fuerzas navales israelíes abordaron y secuestraron en aguas internacionales a la Global Sumud Flotilla, una embarcación civil integrada por activistas de 47 países que navegaban hacia Gaza con ayuda humanitaria. No se trataba de un gesto simbólico, sino de un acto político y humanitario: desafiar de manera no violenta el bloqueo que desde hace casi dos décadas mantiene sitiada a la población palestina.
La operación israelí fue ejecutada con violencia: soldados armados tomaron control de la embarcación, retuvieron a los activistas y los trasladaron a puertos israelíes. En derecho internacional, aquello no es una “intercepción”: es un acto de piratería de Estado. Un secuestro que viola el principio de libre navegación y la inmunidad de embarcaciones civiles en aguas internacionales.
Frente a este hecho contundente, la respuesta de los gobiernos fue la prueba de fuego. Algunos optaron por la claridad, otros por la cobardía diplomática. México, lamentablemente, se inclinó hacia lo segundo.










Foto: Kino Balu
Claudia Sheinbaum y la postura pusilánime del gobierno mexicano
El gobierno de Claudia Sheinbaum emitió un comunicado vago y burocrático, donde evitó nombrar la agresión como secuestro, evitó señalar directamente a Israel y redujo la situación a un “incidente en altamar”. Ese lenguaje anodino es más que un error de estilo: es un mensaje político.
La tradición diplomática mexicana, que alguna vez se enorgulleció de la Doctrina Estrada y de sus votos firmes en defensa de Palestina en foros internacionales, se ha ido diluyendo en un pragmatismo pusilánime. La cancillería mexicana, dirigida por Alicia Bárcena, se escondió en fórmulas evasivas.
Mientras tanto, en la calle se nombró lo que el gobierno negó. Frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores, durante la manifestación del 1 de octubre, una activista señaló con fuerza:
“No podemos aceptar que el gobierno mexicano guarde silencio. Nuestros compañeros fueron secuestrados por marinos de Israel en aguas internacionales. Exigimos que los nombren, que los defiendan, que no los abandonen.”
La palabra “secuestro” brilló en la voz de la gente, mientras el gobierno la borraba de sus comunicados. Esa distancia no es menor: significa colocarse del lado del agresor mediante la omisión.
Otra voz, en la misma protesta, fue todavía más severa:
“El gobierno mexicano ha sido pusilánime. Si Colombia con Gustavo Petro pudo denunciar a Israel como criminal, ¿por qué aquí nos quedamos con comunicados vacíos? No aceptamos diplomacia cobarde.”
No se trató de consignas improvisadas, sino de acusaciones directas contra un Estado que ha preferido la comodidad del silencio antes que la defensa de la vida y de la dignidad.
Foto: Kino Balu
Gustavo Petro y la voz firme de Colombia
El contraste se encuentra en el sur del continente. Gustavo Petro, presidente de Colombia, rompió relaciones diplomáticas con Israel desde mayo de 2024, denunciando públicamente los crímenes de guerra cometidos en Gaza. Frente al secuestro de la flotilla, su postura fue clara y firme: señalar a Israel como Estado violador del derecho internacional y solidarizarse con la causa palestina.
Petro no apeló a tecnicismos. Dijo lo que otros callaron: que no hay justificación posible para la represión de un movimiento civil que intenta llevar ayuda humanitaria. En su discurso, recordó que la indiferencia internacional ha permitido que Palestina viva bajo un régimen de apartheid.
Mientras México se refugiaba en el lenguaje burocrático, Petro asumía el costo político de confrontar al poder. Colombia, país atravesado por décadas de violencia interna, decidió no repetir el papel de cómplice silencioso en escenarios de injusticia global.
Ese contraste desnuda la pusilanimidad mexicana: mientras un presidente latinoamericano enfrenta las consecuencias de incomodar a Israel y a sus aliados, el gobierno de Sheinbaum opta por mirar hacia otro lado.
La historia de las flotillas y la memoria de la resistencia
El caso de la Global Sumud Flotilla no es un episodio aislado. Desde 2010, diversas flotillas internacionales han intentado romper el bloqueo a Gaza. La más recordada fue la del Mavi Marmara, asaltada en 2010 por comandos israelíes, con saldo de nueve activistas asesinados.
Cada intento ha sido reprimido con violencia, y sin embargo, cada flotilla ha logrado evidenciar ante el mundo la brutalidad del asedio israelí y la complicidad internacional. La Global Sumud Flotilla retoma esa tradición: no son barcos de guerra, sino barcos de papel y dignidad que se atreven a desafiar la normalización del encierro.
Al invisibilizar la agresión contra estas embarcaciones, los gobiernos cómplices envían un mensaje: que la solidaridad internacional es un delito, que apoyar a Palestina equivale a ponerse en contra del orden global.
Las movilizaciones en la Ciudad de México: la dignidad desde abajo
Mientras el Estado mexicano optaba por la tibieza, las calles de la Ciudad de México hablaron con otra voz. El 1 de octubre, frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores, colectivos solidarios, familiares de los activistas y organizaciones sociales denunciaron el secuestro y exigieron acciones contundentes.
Una pancarta resumía lo que el gobierno no quiso decir: “Israel secuestra, México calla.”
Las consignas se multiplicaron:
- “Porque vivos se los llevarón, vivos los queremos, ¡Libertad para la Flotilla Global Sumud!”
- “¡México no puede ser cómplice del silencio!”
En ese escenario, otra manifestante declaró con firmeza:
“El silencio del gobierno no nos representa. Si no hablan ellos, hablaremos nosotros. La solidaridad con Palestina no se negocia.”
Esa protesta no fue un evento aislado. Universitarios, colectivos de derechos humanos, comunidades árabes y palestinas en México se sumaron en distintos espacios. La indignación recorrió redes sociales, círculos académicos y asambleas comunitarias. La voz popular nombró lo que la cancillería omitió: que lo ocurrido no fue un incidente menor, sino un secuestro político contra un movimiento civil internacional.
Entre el silencio oficial y la resistencia popular
El secuestro de los activistas de la Global Sumud Flotilla revela más de una contradicción. Exhibe la violencia sistemática del régimen israelí, dispuesto a criminalizar incluso a quienes llevan alimentos y medicinas. Pero también desnuda las fracturas de los Estados que presumen de democráticos mientras callan ante la injusticia.
México, con su postura pusilánime, eligió la comodidad de no incomodar a Israel ni a Estados Unidos. Colombia, con Gustavo Petro, mostró que la dignidad diplomática aún es posible. Y las calles de la Ciudad de México recordaron que los pueblos no necesitan permiso para hablar.
La lección es clara: la solidaridad internacional no puede depender de cancillerías ni de presidentes. Se construye desde abajo, con barcos que desafían bloqueos, con manifestaciones que rompen silencios y con voces que no temen llamar pusilánime a un gobierno cuando decide rendirse al cálculo político.
El futuro de la causa palestina no está solo en Ramala ni en Gaza: también está en cada ciudad donde la gente se planta frente a sus gobiernos para decir que el silencio es complicidad. La Global Sumud Flotilla no fue derrotada en el mar: su fuerza vive en la indignación que levantó en tierra.

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