Solidaridad con Palestina en CDMX: crónica del 29 de noviembre 2025

El 29 de noviembre de 2025, Día Internacional de Solidaridad con Palestina,
la Ciudad de México se vistió de consignas, pero también de ausencias.
Mientras en Gaza el genocidio alcanza cifras imposibles de documentar
—70 mil muertos oficiales, cientos de miles sin registro—, las calles de
Reforma mostraron una ciudad fragmentada. Miles de personas marcharon desde
el Hemiciclo a Juárez hasta la Embajada de Estados Unidos, pero la convocatoria
quedó lejos de los quince mil asistentes de movilizaciones anteriores.

Esta crónica narra el recorrido de una manifestación a contracorriente:
familias enteras decorando carrozas, niños sobre los hombros de sus padres,
mantas que exigían alto al fuego mientras las vallas metálicas dividían
Reforma en secciones estancas. Un hombre de 75 años caminaba entre la multitud
llevando dos años asistiendo a estas movilizaciones, desde que comenzó
lo que los medios comerciales llaman “el conflicto” y lo que él nombra
sin dudar: genocidio.

¿Por qué la indiferencia crece mientras las cifras se multiplican?
¿Qué significa sostener la solidaridad con Palestina cuando hasta
los gobiernos que denuncian en París o Londres siguen enviando armas?


El recorrido: entre vallas metálicas y familias enteras

Por Kino Balu

El aire frío del 29 de noviembre de 2025 traía consignas por Palestina y villancicos simultáneos. En Paseo de la Reforma, miles de familias se agolpaban para el desfile navideño de una tienda departamental. Niños sobre los hombros de sus padres, luces de colores, carrozas decoradas. A pocas cuadras, otros caminaban desde el Hemiciclo a Juárez hacia la Embajada de Estados Unidos. Dos concentraciones, dos geografías emocionales que no se tocaban.

Intenté llegar al punto de partida de la movilización por Palestina y descubrí que la ciudad se había fragmentado. Las vallas metálicas dividían Reforma en secciones estancas. Familias completas bloqueaban aceras esperando el desfile. Busqué un camino, luego otro. Retrocedí, rodeé. La festividad navideña era un muro más eficaz que cualquier cordón policial.

Una ciudad dividida: quince mil antes, muchos menos ahora

La Asamblea Interuniversitaria y Popular por Palestina había convocado, junto con la Coordinación General de Solidaridad con Palestina, pero la ciudad les había asignado un espacio marginal en el paisaje urbano. Finalmente, con demasiada fortuna, me topé de frente con la manifestación. No eran quince mil como antes. Eran muchos menos. Dos años de genocidio, dos años de marchas, y  mientras a metros de distancia resonaban canciones sobre renos y nieve.

Un hombre de 75 años caminaba entre la multitud. Llevaba dos años asistiendo a estas movilizaciones, desde que comenzó lo que los medios comerciales se negaban a llamar por su nombre. “Todos sabemos que desde hace dos años hay un genocidio en Palestina”, dijo después, cuando aceptó hablar. Su voz no temblaba de edad sino de rabia contenida.

Había mantas que exigían alto al fuego, fin de la ocupación, ruptura de relaciones con gobiernos cómplices. Las mismas demandas que en París, Londres, Roma, Madrid, Barcelona, Lisboa, Ginebra. Las mismas que en Buenos Aires, São Paulo, Santiago. Decenas de miles en más de cuarenta localidades españolas. La coordinación era global pero la indiferencia también, materializada en familias que esperaban un hombre araña inflable mientras a cuadras de distancia se gritaba contra un exterminio.

Gaza: 70 mil muertos oficiales, cientos de miles sin registro

“Se habla de 70,000 muertos, pero es imposible que con todas las ciudades destruidas que hay, que hay cadáveres todavía que no se pueden rescatar porque no hay maquinaria, es imposible que se hable de 70,000. Se habla que son tres veces lo mismo”, explicó este señor con una bandera de Palestina al hombro. Conocía los números, desconfiaba de ellos. Las cifras oficiales nunca alcanzan a documentar la devastación completa. Los escombros de Gaza guardaban muertos sin nombre, sin registro, sin maquinaria que los rescatara.

Algunos medios habían anunciado un cese al fuego. “No, no, no, para nada”, respondió tajante cuando se le preguntó. “Vemos que la mayoría de los medios, sobre todo los comerciales, pues están alineados a lo que es la derecha internacional y la ultraderecha internacional. Israel es precisamente ahorita en estos momentos como brazo armado del imperialismo estadounidense.”

La construcción de la impunidad era clara para él: Estados Unidos armaba, la Unión Europea respaldaba, los medios mentían. Israel ejecutaba. Una cadena perfecta de complicidad institucional que operaba a plena luz. “Israel no sería lo que no haría lo que ha hecho ahorita si no fuera con el respaldo tanto de Estados Unidos como de toda la Unión Europea.”

Mantas que exigen, gobiernos que incumplen

Pero lo que más le inquietaba no era solo la destrucción de Gaza. Era el precedente. “Ya se sembró, ya se creó un antecedente para que en años venideros cualquier potencia mundial, en el momento en que lo decida, se pueda apropiar de lo que les venga en gana. Ya, ¿por qué? Porque ya vieron que sí se puede.”

La lógica era brutal en su simplicidad: hicieron un ataque, el mundo no reaccionó, al contrario, los apoyó. “El pueblo dejó que pasar una cosa, que pasar otra, que pasar otra y en dos años ya hicieron lo que quisieron.” Un experimento de devastación en tiempo real. Una prueba de hasta dónde podía llegar la destrucción sin consecuencias. A metros de distancia, niños aplaudían muñecos gigantes mientras sus padres grababan videos para los recuerdos navideños.

“Hoy es un parte aguas con lo que pasó y hoy estamos expuestos a que esto se repita contra el pueblo que quieran en el momento que quieran”, continuó. México compartía frontera con Estados Unidos, con el país que manejaba todo esto. La proximidad geográfica no era solo dato cartográfico sino amenaza latente.

Coordinación global, indiferencia material

Foto: Kino Balu

Desde el inicio, las organizaciones en México habían exigido al gobierno una posición más firme. “Yo entiendo, somos vecinos del imperialismo, compartimos una frontera muy extensa, pero no se vale tampoco hablar de una guerra como si fuera un enfrentamiento entre dos ejércitos cuando lo que está sucediendo es un exterminio contra un pueblo que no tiene armas.”

El señor que platicaba conmigo recordaba otra manipulación mediática, una que había durado décadas. “Toda la vida, yo tengo 75 años, fuimos manipulados por la maquinaria del cine estadounidense haciéndonos creer a través de la televisión y a través del cine que el indio norteamericano era el malo. Que los Sioux, que el comanche, que el Apache, que el mocasín era el malo. Y que el hombre blanco eran los buenos y los exterminaron.” La ironía le dolía. México, país con raíces indígenas, había aplaudido el exterminio de otros pueblos indígenas al norte. “Nos pusimos del lado del blanco. Ahorita están haciendo lo mismo.” Las películas del holocausto, las narrativas sobre la tierra prometida, el pueblo elegido. Herramientas de legitimación construidas pacientemente durante décadas. “Es una manera de haberse ido posicionando para hacer lo que estamos viendo ahorita.”

El 29 de noviembre no es una fecha arbitraria

En 1977, la Asamblea General de la ONU estableció mediante la Resolución 32/40 B el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino. La fecha recordaba la Resolución 181 de 1947, que propuso la partición de Palestina en dos Estados. De esos dos Estados, solo uno existía. El otro seguía siendo promesa incumplida, territorio ocupado, población desposeída.

La UNESCO lo había explicado con claridad institucional: la conmemoración sirve para destacar que la cuestión de Palestina sigue sin resolverse, que los derechos fundamentales del pueblo palestino no se han cumplido. Derecho a la libre determinación, a la independencia, a la soberanía nacional, al retorno de los refugiados a sus hogares. Setenta y ocho años de resoluciones, setenta y ocho años de papel sin materialización.

Pero las marchas en Ciudad de México ya no reunían a quince mil o dieciocho mil personas como antes. “Ha bajado mucho la presencia y yo lo achaco a los actos vandálicos que ha habido de un tiempo para acá. Eso asusta mucho a la gente, la ahuyenta mucho”, admitió el hombre.

La represión no necesitaba ser directa. Bastaba con que la prensa destacara el vandalismo sobre el genocidio, con que la gente tuviera miedo de caminar junto a jóvenes encapuchados. Bastaba también con programar un desfile navideño el mismo día, en la misma avenida, para que miles de familias eligieran sin conflicto la fiesta sobre la solidaridad. La fragmentación no requería tanques ni balas. Bastaba con el desgaste, el miedo difuso, la sensación de inutilidad, y la oferta de entretenimiento como alternativa moral.

Dos años de marchas y Gaza seguía siendo bombardeada. Dos años de consignas y las armas seguían fluyendo de Estados Unidos a Tel Aviv. Dos años de exigencias al gobierno mexicano y la postura oficial seguía siendo tibia, calculada, insuficiente. La distancia entre el activismo y la transformación efectiva se medía en cadáveres que seguían acumulándose bajo los escombros mientras a cuadras de distancia se repartían dulces navideños.

El señor de 75 años caminó ese día sabiendo que los números oficiales mentían, que los medios comerciales mentían, que la comunidad internacional mentía cuando hablaba de preocupación mientras vendía armas. Caminó sabiendo que su presencia quizá no detendría nada, que las potencias mundiales habían aprendido la lección: se puede exterminar a un pueblo si se hace gradualmente, si se construye la narrativa adecuada, si se fatiga la solidaridad, si se programa un desfile el mismo día. Setenta mil muertos que nadie cuenta. Tres veces esa cifra enterrados bajo ciudades convertidas en polvo. Y la maquinaria para rescatarlos destruida por las mismas bombas

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