Un casquillo de escopeta como advertencia. Una comunidad que no se doblega. El Foro de Playa Salchi expone cómo el Estado mexicano despoja a pueblos indígenas bajo el disfraz del “desarrollo”. Análisis crítico sobre resistencia territorial, extractivismo y las estrategias que están cambiando la lucha por la tierra. Para quienes buscan comprender las dinámicas reales del poder y la resistencia comunitaria.
La Tierra No Se Vende


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Voz: Laura Quintero – Guion Kino Balu
Resistencia contra el despojo en Oaxaca
Por Fredy García y Kino Balu.
El 7 de junio de 2025, bajo el sol de Playa Salchi, un hombre camina con su hijo hacia su terreno. Frente a la primera tranca, un casquillo de escopeta reluce como advertencia silenciosa. “¿Qué significa? A mí no me van a amenazar”, declara, con una voz que no conoce el temblor. Este momento, capturado durante el Foro por la Defensa del Territorio y Derechos Agrarios en Cuatunalco, Oaxaca, condensa décadas de resistencia contra un sistema que convierte la vida en mercancía y los territorios sagrados en botín para el turismo de élite.
El foro reunió a catorce organizaciones sociales que arribaron a Playa Salchi no para lamentarse, sino para declarar la guerra a un modelo que despoja, criminaliza y mata. Su declaración política atraviesa la retórica oficial como un bisturí: denuncia el avance de proyectos turísticos e inmobiliarios que operan bajo la cobertura del “desarrollo”, mientras exige justicia para las víctimas del “Cártel del Despojo”—esa alianza siniestra entre políticos como Alejandro Aviléz Álvarez, Orlando Acevedo, Jesús Reyes y Alfonso Esparza que convierte la violencia en herramienta de acumulación primitiva.
La Matemática del Saqueo
El despojo tiene historia y números exactos. En 1972, las tierras de El Coyul se compraron por 20 mil pesos, con cada comunero aportando 5 pesos de su pobreza. Hoy, la especulación las valúa en 230 mil millones de pesos. “Hicimos una cuenta matemática… porque no queríamos el valor actual de la tierra, o sea, cómo el mercado ha especulado tanto en estos territorios”, explica un testimonio que desmonta la inocencia de esta inflación. No es casualidad; es el motor de un capitalismo extractivo que, como señala Laura Rojas, “todo lo determina, lo manda, lo estructura, el dinero, todo se mercantiliza, la vida se mercantiliza, nuestra energía, nuestra fuerza de trabajo”.
Los programas gubernamentales no son políticas públicas; son instrumentos de despojo legal que facilitan la conversión de tierras comunales en propiedad privada. Bajo estas siglas burocráticas se oculta la privatización sistemática de territorios que han sido cuidados por generaciones. El caso de la Sociedad Agrícola Ganadera El Coyul ilustra esta violencia institucional: 21 de sus integrantes enfrentan persecución judicial por defender lo que les pertenece.
Desde los años setenta, Oaxaca se ha convertido en campo de batalla. Políticos ligados a Morena, según Abraham Ramírez del Comité por la Defensa de los Derechos Indígenas (CODEDI), utilizan “esbirros” y grupos de choque para desestabilizar comunidades que se niegan a ceder sus territorios. “En este lugar hace años atrás mataron a nuestro compañero Abraham Hernández… lo sacan gente armada vestido de militar y unas horas después lo encontramos ejecutado”, relata un testimonio que revela la colusión entre Estado y crimen organizado. El asesinato impune de Abraham Hernández González, defensor de Salchi, no es un hecho aislado; es parte de un patrón que incluye los tres activistas asesinados en Miahuatlán en 2018.
La Trampa Verde del Conservacionismo
La ironía más brutal del despojo contemporáneo radica en su disfraz conservacionista. La declaración de santuarios como el de tortugas en Morro Ayuta se utiliza para justificar expropiaciones. “Esta zona del Coyul fue declarada como santuario de tortugas el año pasado… la quieren declarar área natural protegida de manera federal”, advierte un defensor. El Estado convierte la conservación en pretexto para el despojo, mientras empresarios internacionales—desde jeques árabes que compran costas hasta corporaciones hoteleras—aprovechan estas “áreas protegidas” para sus proyectos de lujo.
Los tratados internacionales como el Convenio 169 de la OIT, que reconoce los derechos indígenas, son traicionados por los mismos Estados que los firman. Laura Rojas lo señala con precisión quirúrgica: “Los estados son los que nos están despojando… ellos son los que van a crear el mecanismo (de consulta)”. En Guatemala, los acuerdos de paz tras treinta y seis años de conflicto armado se diluyeron en un referéndum manipulado. El Banco Mundial demanda 403 millones de dólares a un país con la mitad de su niñez desnutrida por resistir proyectos extractivos.
El caso de Oralia Ramírez Chávez expone la mecánica cotidiana de esta violencia. “Hace aproximadamente dos años llegó una persona de nombre Israel Carreño Morales a despojarnos de nuestros predios… nos denunció acusándonos de secuestro, despojo, intento de homicidio”. Su familia, que ha cuidado su tierra durante cuatro décadas, enfrenta a un desconocido que llega con “escrituras” falsas y hombres armados para vender lotes a extranjeros. Este guión se replica desde Tonameca hasta Chiapas, desde Santa María Huatulco hasta San Pedro Huamelula, donde la persecución judicial contra defensores es orquestada por empresarios y autoridades cómplices.
Cortando las Arterias del Monstruo
El sistema extractivo es un coloso, pero no invencible. Laura Rojas propone una metáfora quirúrgica que ilumina la estrategia: “Imagínense como viene la arteria, la horta, que lleva toda la sangre del cerebro y le cortamos esa horta al monstruo y se viene de picada”. Los gasoductos, megacarreteras y líneas de alta tensión son las arterias del extractivismo. Sin ellas, los proyectos hoteleros, mineros y de monocultivos colapsan.
Las organizaciones reunidas en Salchi comprenden esta anatomía del poder. Sus exigencias no se limitan a denuncias; incluyen acciones concretas como el boicot a bancos y corporaciones que financian el despojo. “Seguimos metiendo nuestro dinerito en sus bancos, comprando sus productos”, critica Laura Rojas. Romper esta dependencia económica forma parte de una estrategia más amplia que incluye la ocupación de territorios, la clausura de proyectos ilegales y la presión directa sobre instituciones como Profepa y Semarnat.
El discurso oficial que promete consultas y derechos es una farsa diseñada para agotar, no para proteger. “Se aprende a luchar desde muy pequeño a defender lo que nos da identidad… por eso es muy importante luchar por ello incluso dar la vida si es necesario”, afirma Abraham Ramírez. La resistencia no puede esperar por tribunales que tardan veinte años en resolver, mientras las topadoras avanzan cada día.
La Tierra Como Identidad
“Estamos dispuestos a defender nuestros territorios con la vida misma, si es necesario”. Para las comunidades reunidas en el foro, la tierra no es solo suelo; es la raíz de la identidad, el sustento de la cultura, la base de la autonomía. Su declaración política trasciende lo local y expresa solidaridad con luchas globales, incluyendo la del pueblo palestino, reconociendo que el despojo opera con la misma lógica colonial en diferentes latitudes.
“Somos una organización grande, fuerte, poderosa, donde cada uno demuestra su honor, su valentía”, declara un defensor. Esta unidad no es retórica; es la fuerza material que permite resistir al “Cártel del Despojo” y sus métodos de intimidación.
Las catorce organizaciones firmantes—incluyendo Codepo, CODEDI y la Asamblea de Pueblos del Istmo—no solo denuncian; proponen. Su convocatoria al Encuentro Nacional contra la Gentrificación, programado para julio de 2025 en Oaxaca, busca articular una resistencia colectiva que trascienda las fronteras municipales y estatales. Comprenden que la defensa territorial requiere estrategias que operen en múltiples escalas, desde la desobediencia civil local hasta la articulación internacional.
Hacia la Soberanía Territorial
El foro de Salchi no fue un lamento; fue una declaración de guerra contra un sistema que convierte territorios sagrados en mercancías para el turismo de élite. Sus participantes comprenden que enfrentan “fuerzas y poderes oscuros a nivel nacional e internacional”, pero también saben que “ellos son pocos, nosotros somos miles”.
La victoria no radica en negociar con los títeres del capitalismo extractivo, sino en construir soberanía territorial a través de la organización autónoma, la desobediencia estratégica y la independencia económica. Mientras las comunidades sigan proclamando “¡Las playas son de los pueblos! ¡La tierra no se vende, se defiende!”, el latido de la resistencia continuará recorriendo las venas de estos territorios.
El casquillo de escopeta que encontró aquel padre junto a su hijo no logró su propósito intimidatorio. En su lugar, se convirtió en símbolo de una resistencia que no acepta amenazas, que no negocia la identidad y que comprende que la defensa de la tierra es la defensa de la vida misma. En Playa Salchi, bajo el sol implacable de junio, nació una vez más la certeza de que los pueblos no se rinden cuando defienden lo que les da sentido: su territorio, su cultura, su derecho a existir.



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