Las cifras oficiales repiten que la pobreza está bajando. Pero mientras los políticos celebran gráficos, una niña vende chicles bajo la lluvia, sin que nadie la mire.

Su destino —y el de millones— no es producto del azar, sino el resultado de un sistema que perpetúa la desigualdad desde el nacimiento. Este artículo y podcast explora cómo la pobreza en México no solo persiste, sino que se reproduce intencionalmente: se hereda, se normaliza y se administra. El cruce entre Eje Central y Madero se convierte en un símbolo de la injusticia estructural que atraviesa generaciones.


Radio Huaya | Eloxochitlán: Río, Criminalización y Resistencia El Giro de la Rueda

Voz: Laura Quintero – Guion: Kino Balu


Por Kino Balu

Donde la historia golpea: el inicio de una condena

En ese punto exacto donde Eje Central cruza con la calle Madero, la ciudad no camina: golpea. No hay orden, solo una coreografía de cuerpos que se esquivan, se rozan, se empujan. A cada cambio de semáforo, cientos de pasos convergen con la urgencia de una migración sin tregua. El suelo está húmedo y los anuncios de las tiendas reflejan destellos agotados sobre los pasos apurados.

En medio de ese oleaje humano, una niña de diez años se abre paso con la agilidad de quien ha aprendido que no hay infancia cuando el hambre se siente. En una mano lleva una cajita de chicles; en la otra, el cansancio de quien cuenta monedas desde los cinco. Esquiva zapatos, tacones, mochilas con laptops, sabiendo que aquí la fragilidad no tiene sitio.

A unos metros, su madre —rostro curtido, mirada opaca— vende pulseras, repitiendo un movimiento heredado de su abuela y que, al paso de los años, repetirá su hija. Sus dedos trabajan para conjurar el pan y el café de la noche: una cena escueta.

Muy cerca, en las oficinas del centro político, burócratas celebran que, según el Coneval, la pobreza ha descendido a un 36.3%. Lo dicen con cifras, como quien exhala un logro. Pero las cifras no alimentan. No abrigan. No liberan. No ven a la niña que cruza bajo la lluvia ni a su madre que, encorvada, enhebra con hilo y cuentas una esperanza cada vez más lejana.

Esa niña es un veredicto. Y el veredicto es inhumano. En México, entre el 60% y el 70% de quienes nacen pobres mueren pobres. No por falta de esfuerzo, sino por diseño. No es el azar quien condena: es la construcción minuciosa de una economía que reparte privilegios y castiga la pobreza. No es destino, es estructura. No es fallo, es planificación.

La infancia se ha convertido en el campo de batalla más cruento de esta guerra silenciosa contra la movilidad social. Cuando el 42.3% de los menores de 18 años vive en pobreza moderada y el 11.5% en extrema pobreza, México no solo está fallando a una generación; está hipotecando su futuro demográfico y económico. Estos niños no solo enfrentan carencias materiales inmediatas, sino que heredan un capital social empobrecido, redes familiares sin conexiones influyentes y horizontes de expectativas dramáticamente reducidos. La pobreza infantil no es un problema temporal que se resuelve con programas asistenciales; es la semilla de la pobreza adulta que germinará veinte años después.

Herencia, estructuras y la política que no cambia

Un reflejo de lo que hemos permitido.

La persistencia intergeneracional de la pobreza en México es una afrenta sostenida por políticas fallidas, discursos complacientes y simulaciones reformistas, como la propuesta de reducción a 40 horas laborales semanales que el gobierno de Claudia Sheinbaum posterga con una lentitud exasperante. Hace más de un siglo, en 1919, la OIT estableció el Convenio Número 1 para limitar las jornadas laborales, un estándar que México aún se niega a cumplir cabalmente.

Desde los años setenta, cuando el modelo de industrialización por sustitución de importaciones comenzó a tambalearse, México adoptó políticas neoliberales que prometían prosperidad pero sembraron precariedad. La apertura comercial de los ochenta, el TLCAN en 1994 y las reformas estructurales de 2013 bajo el sexenio de Peña Nieto fueron presentadas como escaleras hacia el progreso, pero para millones solo hubo callejones sin salida. La elasticidad intergeneracional —que mide cuánto el estatus económico de los padres determina el de los hijos— es del 50% en México, según estudios de El Colegio de México. En palabras simples: la mitad de la desventaja se hereda como una soga invisible. Si naces en Chiapas o Guerrero, donde la pobreza rebasa el 67%, tus probabilidades de escapar son aún menores que en el norte de México, donde la industrialización concede apenas migajas de movilidad.

El discurso oficial, atrapado en estadísticas, es una fantasía. En 2022, el Coneval reportó que 46.8 millones de mexicanos vivían en pobreza. Aunque la cifra disminuyó desde el 41.9% en 2018, el acceso a salud y educación sigue deteriorándose. Los más vulnerables enfrentan tasas de pobreza del 42.3% en condiciones moderadas y 11.5% en extrema, mientras que el 71.2% de los pueblos originarios permanece en la miseria. Estos números son más que fríos: son biografías interrumpidas. La niña que vende chicles es un símbolo de un sistema que celebra “avances” mientras condena infancias enteras a sobrevivir.

“Los números cantan, pero no bailan.”

— Eduardo Galeano

Esconden el dolor humano tras porcentajes que tranquilizan a los poderosos.

El “milagro mexicano” colapsó en los setenta, dejando una deuda externa que asfixió a las clases populares. Los noventa trajeron el TLCAN, que arrasó con el campo, desplazando a millones hacia la informalidad o la migración. En 2008, la crisis global golpeó a los más vulnerables y, aunque el gobierno de Felipe Calderón presumía estabilidad, los empleos precarios se multiplicaron. Las reformas de 2013, disfrazadas de modernización, profundizaron la desigualdad al priorizar la inversión extranjera sobre el bienestar local.

La retórica política mexicana ha celebrado ritualisticamente la “clase media naciente” y el “bono demográfico”, construyendo una mitología del progreso que oculta la persistencia de la estratificación social. Los discursos presidenciales abundan en referencias al “México próspero” y las “oportunidades para todos”, mientras las estadísticas revelan que la movilidad social se ha estancado o incluso retrocedido en las últimas décadas. Esta disonancia entre el relato oficial y la realidad empírica no es accidental; es funcional a un sistema que requiere la legitimación discursiva para perpetuar sus mecanismos de exclusión.

La concentración regional de oportunidades agudiza las desigualdades y solidifica las jerarquías territoriales. El norte industrializado —con sus maquiladoras, inversión extranjera y proximidad a Estados Unidos— opera como un imán para quienes logran escapar de la pobreza sureña, pero este proceso selectivo de migración interna refuerza la marginación de las regiones expulsoras. La Zona Libre de la Frontera Norte ejemplifica cómo las políticas públicas pueden crear oasis de prosperidad que, paradójicamente, profundizan las brechas territoriales al concentrar beneficios en espacios ya aventajados.

Los efectos de esta inmovilidad social trascienden las dimensiones individuales y familiares para configurar un problema de orden nacional. Un país donde la mayoría de su población permanece atrapada en la misma condición socioeconómica de origen es una sociedad que desperdicia sistemáticamente su capital humano, limita su capacidad de innovación y perpetúa tensiones sociales que pueden tornarse explosivas. La democracia misma se ve comprometida cuando vastos sectores de la población experimentan la política como un teatro irrelevante para sus condiciones materiales de existencia.

Bajo el gobierno de Claudia Sheinbaum, las políticas de su predecesor han sido continuadas con un enfoque en programas sociales y reformas constitucionales, como la consolidación de los apoyos sociales en la Constitución y el control estatal sobre el sector energético. Pero las raíces de la desigualdad siguen intactas. La reducción de la jornada laboral de 48 a 40 horas, aprobada en principio en 2023, avanza con pasos tibios, entre negociaciones con el empresariado y el boicot del sindicalismo oficial. La promesa centenaria de dignificar el trabajo permanece atrapada en un laberinto de intereses.

Advertencia en el asfalto: mirar o no mirar

La pobreza es violencia lenta, como veneno administrado en pequeñas dosis. En el sur, donde la movilidad social es casi nula, las comunidades indígenas enfrentan no solo la escasez, sino la negación de su dignidad. El 71.2% de la población campesina e indígena vive en pobreza, y esa cifra no alcanza a reflejar el despojo cultural ni la discriminación cotidiana.

“Esta dualidad evoca la metáfora de Frantz Fanon: un mundo que se divide entre quienes padecen y quienes se benefician de ese padecimiento.”

— Frantz Fanon

El deterioro de los sistemas de salud, la educación pública colapsada y un mercado laboral saturado de informalidad aseguran la permanencia de la miseria. La violencia —con más de 185,000 homicidios durante el sexenio de López Obrador, según cifras oficiales— multiplica esta tragedia, convirtiendo la supervivencia diaria en un acto de resistencia.

Ese cruce —entre el Eje y Madero— es más que una intersección. Es el lugar donde la historia y la desigualdad se saludan todos los días con la familiaridad de lo normalizado. Ahí se cruzan turistas con cámara, becarios disfrazados de servidores públicos con chalecos color guinda y megáfono, oficinistas de traje, estudiantes que corren… y una niña que no juega. Todos comparten el mismo asfalto, pero no el futuro.

La ciudad —brutal, espléndida, desmemoriada— sigue su curso. Y entre los pasos que van y vienen, nadie nota que el ciclo de la miseria se repite como péndulo. Lo repite la madre. Lo absorbe la hija. Y lo bendice el Estado, que convierte la pobreza en una cifra para informes que nadie lee, mientras la injusticia permanece inmóvil.

El semáforo cambia. La masa humana se desplaza otra vez. Y la niña, con voz taciturna y la llovizna en la nuca, sigue vendiendo chicles. Nadie la ve. O peor: todos la vemos y decidimos no mirarla. Porque aceptarla es aceptar que este lugar donde vivimos sigue siendo un sitio donde el nacimiento equivale al destino. Y donde el cruce más transitado del centro no es solo un punto geográfico: es una advertencia.

La pobreza en México no es un misterio: es una decisión política. Durante demasiado tiempo, hemos aceptado discursos que celebran logros menores mientras ocultan una herida estructural que condena a millones. La niña que vende chicles es la evidencia viva de un país que ha hecho de la miseria su normalidad. Las reformas que avanzan a cuentagotas, como la jornada de 40 horas, son el reflejo de un país atrapado en la complacencia de las élites y la parálisis institucional.

La transformación de esta realidad requiere abandonar las ilusiones reformistas y adoptar un proyecto de reconstrucción social que ataque las raíces estructurales de la inmovilidad. Debemos elegir entre perpetuar una sociedad de castas disfrazada de meritocracia o construir una realidad donde el origen no determine el destino. El tiempo de las medias tintas se agotó; solo una revolución pacífica pero radical en la distribución de oportunidades puede romper las cadenas invisibles que atan a millones de mexicanos a la herencia maldita de la pobreza intergeneracional.



El Giro de la Rueda

Radio Huaya | Eloxochitlán: Río, Criminalización y Resistencia El Giro de la Rueda

Esta emisión de Se Tiene que Decir, transmitida el 19 de diciembre de 2025 por Radio Huaya 105.5 FM, documenta en tiempo real trece años de despojo, criminalización y resistencia en Eloxochitlán de Flores Magón, Oaxaca. A partir del testimonio directo de Argelia Betanzos, el programa reconstruye el saqueo industrial del río Xangá Ndá Ge, la persecución penal contra más de 40 familias mazatecas, el exilio forzado de 14 personas y la reciente reunión con el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.La conversación, conducida por Iván Fernández, evita la consigna fácil y se sostiene en datos verificables, cronologías precisas y evaluación política del sistema penal como mecanismo de despojo territorial. La radio comunitaria aparece aquí no solo como medio de difusión, sino como archivo sonoro y herramienta de documentación colectiva frente a la violencia institucional.Escúchalo completo y acompaña esta denuncia que interpela al Estado, a los tribunales y a la sociedad civil.
  1. Radio Huaya | Eloxochitlán: Río, Criminalización y Resistencia
  2. Suprema Corte se compromete a revisar caso de 40 familias mazatecas presas por defender su río
  3. Grabadoras de Historias en Radio Huaya
  4. Mujeres Rabiosas: Cuando un Museo Nacional se Rinde
  5. Entrevista a Mine Ante: Katasindajín, arte y lucha mazateca
  6. Katasindajín: El Canto del Río y la Gráfica con Mine Ante
  7. Faena Internacionalista por el Fin a la Criminalización
  8. Chi-xoó N'guixó: Bajo las Nubes, un Canto a la Libertad
  9. Xantolo: Memoria que no se Borra
  10. Xaltipa: Cuando la radio transmite y el Estado calla


Go back

Your message has been sent

Suscríbete. Ingresa tu correo electrónico y recibir todas las actualizaciones.
Warning
Warning
Warning.