Donde la justicia se tuerce para silenciar a los pueblos, la voz de Eusebia, maestra mazateca de Eloxochitlán, es resistencia. Esta nota no solo presenta una entrevista: es un mapa de la lucha contra el despojo, la persecución y la traición disfrazada de legalidad. Su testimonio muestra cómo el Estado mexicano fractura comunidades originarias para imponer control, mientras mujeres y la comunidad mazateca desafían el olvido. Si buscas entender la raíz de la injusticia y el poder de la organización autónoma, esta historia te hablará al corazón.


La fractura de México desde Eloxochitlán

Foto: Charo Mares

La Resistencia de la Maestra Eusebia El Giro de la Rueda

Voz: Laura Quintero – Guion: Kino Balu


Por Kino Balu

El sol aplasta las tejas de la Sierra Mazateca y en la calle de tierra los niños, mujeres y hombres se detienen a mirar. Hace años que la Maestra Eusebia no pisa este camino. Desde que fue desplazada por la violencia política, su casa quedó vacía, sus libros quedaron a medias, su cocina en silencio. Ahora vuelve, absuelta, pero no en paz. La guerra —esa que se disfraza de sistema judicial, de partido político, de caciques, de “autoridad local”— no ha terminado. A la entrada de su casa, mientras gira la llave en una chapa oxidada y la puerta cede, no dice palabra. Solo piensa: de aquí ya no me voy.

Ese instante —minúsculo en el tiempo— encierra el colapso moral del Estado mexicano. Porque cuando una maestra jubilada necesita “absolver su nombre” para volver a su pueblo, no estamos frente a un error. Estamos frente a una estructura criminal sostenida por leyes, nutrida de pactos y legitimada por el silencio.

La democracia como disfraz

El discurso oficial de pluralidad y representación se desgasta frente a los hechos. En los territorios de los pueblos originarios no hay espacio para el disenso, solo para la obediencia. La retórica institucional funciona como salvoconducto para el cinismo: mientras se aplaude la participación de los pueblos en eventos protocolarios, se reprime su organización autónoma con todo el peso de la ley.

Eloxochitlán de Flores Magón no es un rincón remoto, sino un territorio en disputa. La niebla que cubre sus cerros también oculta la persecución, el exilio forzado, el miedo cotidiano. Desde hace más de una década, esta comunidad mazateca ha sido blanco de una estrategia de despojo que se disfraza de legalidad, pero opera con brutalidad. La justicia aquí se parece a un espejo roto: fragmentado, manipulado, cruel.

El castigo a la dignidad

En diciembre de 2014, un conflicto político derivó en órdenes de aprehensión. ¿Los acusados? Campesinos, comuneros, amas de casa, normalistas, defensores del agua y del bosque. ¿Los denunciantes? Una familia sin fuerza comunal, sostenida únicamente por el amparo de partidos políticos, ministerios públicos y redes de poder económico. Manuel Zepeda y su hija, Elisa Zepeda —ahora diputada plurinominal— no gobiernan por consenso ni tradición, sino por la obediencia que compran desde las oficinas del Estado. Sin ese respaldo, sus decisiones no tendrían alcance en la comunidad; serían figuras desinfladas, incapaces de imponer nada por sí solas. Su autoridad no nace del pueblo: es prestada por quienes necesitan aliados locales para controlar el territorio.

Este esquema es la forma en que se castiga a quienes sostienen la legitimidad comunitaria frente a la imposición. Cuando los operadores del poder no logran doblegar a una asamblea, recurren a traidores, a la cárcel, al exilio, a la destrucción del tejido social. Así comenzó la arremetida.

Entre los encarcelados estuvo Jaime Betanzos, esposo de Eusebia, preso por casi diez años. Su delito: defender el sistema de usos y costumbres, oponerse a la imposición de autoridades ilegítimas nacidas de acuerdos con el poder estatal. La represión no se ha detenido. Más de una docena de personas siguen perseguidas y en el exilio, familias enteras han sido fracturadas. Ancianas mueren sin volver a ver a sus nietos, a sus hijos.

La autonomía como amenaza

Durante la entrevista, Eusebia no cita a Flores Magón como ejercicio retórico. El magonismo en su vida no es ideología: es supervivencia. La comunidad que defiende no necesita intermediarios ni partidos. Se organiza con asamblea, rotación de cargos, trabajo colectivo. Ese modelo no se aprende en manuales de gobernanza, se transmite en el fogón, en el cargo cumplido, en la palabra dada.

Y por eso es peligroso. Porque si un pueblo demuestra que puede vivir sin tutela institucional, se cae la escenografía del sistema. Lo que ocurre en Eloxochitlán no es un problema local: es una batalla entre dos modelos de mundo. El que impone reglas desde arriba y el que decide desde abajo.

Persecución selectiva, resistencia colectiva

El caso el de Miguel Peralta, encarcelado durante cuatro años y cinco mese en un proceso repleto de irregularidades. Tras su liberación, la persecución no cesó: se recrudeció contra otras personas de la comunidad, especialmente mujeres. La represión ha sido quirúrgica: castiga a quienes sostienen la lengua mazateca, la vida comunal, la legitimidad asamblearia.

Durante dos años, seis meses y diez días, las Mujeres Mazatecas por la Libertad sostuvieron un plantón frente al Consejo de la Judicatura Federal en la Ciudad de México. Lo instalaron el 25 de mayo de 2021 y lo levantaron el 2 de diciembre de 2023. Cocinaron ahí, durmieron ahí, enfermaron ahí. Fueron ignoradas por los medios convencionales. Pero no se fueron. Su dignidad se impuso a la indiferencia.

En 2023, estas mismas mujeres formaron un Comité de Autodefensa. No fue una ocurrencia, sino una respuesta a la desprotección sistemática. Cuando el Estado no protege sino persigue, la organización es la única salida.

¿Cómo se reconstruye lo que el poder quiere enterrar?

El aparato gubernamental ofrece soluciones decorativas: mesas de diálogo, protocolos, acompañamientos. Nada que cuestione el fondo del problema. Pero Eloxochitlán no necesita asesorías institucionales. Lo que exige es justicia real.

  • Reconocer la autonomía indígena como derecho originario, no como favor del Estado.
  • Revisar y anular los procesos judiciales viciados, con observación internacional.
  • Garantizar el retorno seguro de todas las personas desplazadas.
  • Prohibir cateos, detenciones arbitrarias y vigilancia en su territorio.
  • Financiar un plan comunitario de restauración ambiental, gestionado por las asambleas legítimas.

No se trata de reparar lo dañado con discursos. Se trata de frenar la maquinaria del despojo y construir desde las raíces.

Eusebia, la piedra, el río…

La maestra no volvió a descansar. Volvió a seguir luchando. Lo que defiende no es solo el nombre de su esposo, de su hijo o de la memoria de su comunidad: defiende la posibilidad de otra forma de vida. Una donde la justicia no sea sinónimo de miedo, donde la política no sea mercancía.

La frase más certera de Eusebia no busca conmover, sino señalar: “Ya no es río, montón de piedras, montón de arena.” Esa es la imagen de un país erosionado por la ambición y el olvido. Pero incluso entre piedras secas, nace la esperanza.

Porque la resistencia en Eloxochitlán no solo enfrenta, también construye. Desde la cárcel, los presos escribieron y denunciaron. Desde el exilio, se trazan redes. Desde el territorio, las mujeres sostienen la vida cotidiana y la memoria política.

El testimonio de Eusebia atraviesa la Sierra y llega hasta Chiapas, al Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Su llamado es claro: “Si las que hablamos mazateco no nos defendemos entre nosotras, ¿quién lo va a hacer?” Esa defensa no es solo una urgencia local, es una exigencia continental.

Porque la autonomía no se legisla: se ejerce. Y la justicia no se implora: se conquista.

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Cada Día de Muertos, en Eloxochitlán de Flores Magón, Oaxaca, los Huehuentones envuelven a la comunidad en un ritual de memoria y resistencia, manteniendo viva su cultura en las máscaras de madera que artesanos como Amador Betanzos tallan con dedicación. Con cada paso y ofrenda, los Huehuentones encarnan un patrimonio inquebrantable y una historia que respira en cada uno de sus rituales.