Pueblo Yaqui: Resistencia por Tierra y Agua

Pueblo Yaqui: Resistencia por Tierra y Agua



Yaquis: La Resistencia Imbatible

Yaquis: La Resistencia Imbatible

Este contenido fue publicado originalmente el 26 de marzo de 2025 y se reproduce de manera íntegra como parte del archivo editorial de El Giro de la Rueda. Su inclusión responde a la necesidad de preservar textos y sonidos que dialogan con la memoria, la palabra y el territorio.

Nota editorial

Este trabajo dialoga con la obra de Daliri Oropeza, quien subraya la importancia de devolver la palabra a los pueblos originarios y permitir que su historia sea contada desde adentro. En Yaquis: La Resistencia Imbatible, los jóvenes irrumpen como protagonistas y reivindican su identidad a través de la tradición, la organización y la lucha cotidiana. La autora reflexiona sobre el poder de la comunicación para desmontar narrativas impuestas y documentar un presente marcado por la disputa y la dignidad.

El río que nos arrancaron El Giro de la Rueda

En esta nota de Laura Quintero y Kino Balu, Daliri Oropeza nos comparte el valor de devolver la palabra a los pueblos originarios, permitiendo que su historia se cuente desde adentro. En el libro “Yaquis: La Resistencia Imbatible”, los plebes irrumpen como protagonistas, jóvenes que reivindican su identidad a través de la tradición y la lucha. La autora nos habla del poder de la comunicación para transformarnarrativas y de la urgencia de documentar un presente donde la injusticia sigue marcando el destino de los pueblos originarios.

Tierra, Agua y Dignidad: La Persistencia Yaqui

Bajo el sol abrasador de la sierra del Bakatete, una escena concreta se despliega en el sendero polvoriento donde, con paso decidido, miembros de la comunidad yaqui reclaman lo que les pertenece. Allí se observa a Don Camilo, el historiador descalzo que guarda un archivo-tesoro en su solar, custodio de una memoria viva que se resiste al olvido.

La imagen de este hombre, con sus manos marcadas por el tiempo y la experiencia, atraviesa la obra defotoperiodista Daliri Oropeza Álvarez, “Yaquis: La Resistencia Imbatible”, que invita a quienes la lean a sumergirse en la lucha cotidiana por el agua y la tierra, símbolos de identidad y vida para las y  los yaquis.

LA URGENCIA DE REPENSAR EL PODER Y LA MEMORIA

El análisis de la situación yaqui plantea preguntas que van más allá de la mera exposición de hechos. La autora, con un compromiso ético y periodístico, se adentra en las vivencias de un pueblo que ha enfrentado décadas de despojo y exclusión.

El libro se convierte en un documento relevante para comprender las contradicciones entre los discursos oficiales y la realidad de aquellos que han vivido la pérdida de sus territorios y recursos naturales.

FIGURAS CENTRALES DE LA RESISTENCIA

En esta obra he seleccionado tres elementos que revelan una parte la profundidad de la experiencia yaqui:

  • Don Camilo, custodio de la memoria histórica
  • La recuperación de la Danza del Coyote
  • La interrogante persistente sobre la justicia para los yaquis

El texto de Daliri trasciende lo meramente estilístico. Su escritura subraya cómo la memoria, la cultura y la búsqueda de reparación se entrelazan íntimamente en la experiencia de este pueblo, hilando un relato que es tanto documental como existencial.

EL SILENCIO QUE HABLA: LA FOTOGRAFÍA COMO TESTIMONIO

Las fotografías de Daliri Oropeza no son meras ilustraciones, son testimonios vivos. Cada imagen construye un puente complejo entre el grito y el silencio, entre lo que el Estado deliberadamente borra y lo que el pueblo yaqui se empeña en preservar.

No decoran el texto: lo interrumpen, lo desafían, le recuerdan al lector que esta historia no es abstracta. Es carne, tierra… cicatrices.

-INSTANTÁNEAS DE RESISTENCIA-

DON CAMILO Y EL MAPA

Entre sombras oblicuas, las manos de Camilo —surcadas como los caminos del río Yaqui— sostienen un mapa. Los dedos señalan dónde el ejército raptó a su abuela; las arrugas del papel se confunden con las de su piel.

La foto no necesita leyenda: el territorio no es un dibujo, es un cuerpo herido. Al fondo,  paredes carcomidas preguntan: ¿cuánto más puede resistir?

Foto: Daliri Oropeza | Don Camilo, historiador yaqui, señala en mapa histórico los territorios arrebatados al pueblo yaqui

LA DANZA DEL COYOTE

Sol y polvo. Los danzantes son siluetas recortadas contra el primer rayo de sol. Uno lleva una máscara de coyote; sus pies levantan tierra roja. A un lado, las tumbas de sus compañeros, luchador y luchadora ahora unidos por el ritual.

Las velas, casi consumidas, dibujan sombras que parecen decir: “Los muertos no se van si los invocan con fuego”.

Foto: Daliri Oropeza | Recuperación de la Danza del Coyote por el pueblo yaqui como acto de resistencia cultural

EL PODER DE LO INVISIBLE

Hay fotografías que no están, pero se insinúan:

Daliri usa estas ausencias como denuncia: lo que el Estado borra, el pueblo lo reconstruye con imágenes y actos. Las fotos no son registro; son arma y conjuro.

En donde se asesinan periodistas y se desaparecen luchadores, este archivo visual —junto a las palabras— es un acto de terquedad luminosa: “Lo que no se nombra se olvida; lo que no se fotografía, lo borran”.

Foto: Daliri Oropeza | Yaquis: La Resistencia Imbatible

LAS IMÁGENES AQUÍ NO ACOMPAÑAN AL TEXTO. LO INCENDIAN

UNA MIRADA CRÍTICA A LA MEMORIA, LA CULTURA Y LA JUSTICIA

Don Camilo se presenta como un símbolo viviente de la lucha por preservar una historia que ha sido sistemáticamente ignorada. En su solar, que se transforma en un santuario de recuerdos, se resguardan documentos, testimonios y relatos que denuncian el despojo sufrido durante siglos. Este archivo-tesoro no es un mero compendio de datos históricos, sino un acto de resistencia contra la imposición de versiones oficiales que han marginado la voz de los yaquis.

Cada objeto, cada papel y cada fotografía se convierten en piezas que reconstruyen una identidad aplastada por políticas de exclusión. El hombre, sin pretensiones de grandeza pero con la fuerza de una experiencia vivida, desafía la inercia del olvido. La insistencia en recordar la figura de Don Camilo es una invitación a revalorizar aquello que ha sido desplazado por la burocracia y los discursos oficiales. Su solar se transforma en un refugio donde la verdad se conserva en cada testimonio, permitiendo que la memoria se manifieste en forma de resistencia activa.

Daliri Oropeza no se limita a describir este escenario, discurrir su obra es adentrarse en una realidad que rechaza el silencio impuesto por la historia. La imagen de Don Camilo y su archivo-tesoro invita a quienes leen a reconocer que la reparación de las injusticias pasadas comienza con la recuperación de una memoria colectiva que ha sido relegada a la penumbra.

PUEBLO YAQUI RECUPERA LA DANZA DEL COYOTE

La recuperación de la Danza del Coyote constituye otro eje central expuesto por Daliri Oropeza. Este ritual, cargado de significado simbólico, es mucho más que una mera ceremonia: es una expresión viva de la identidad cultural yaqui que se rehúsa a desaparecer. La reactivación de esta danza es un acto de afirmación y resistencia.

El pueblo yaqui, al reencontrarse con sus costumbres ancestrales, demuestra que la cultura no puede ser reducida a simples tradiciones ornamentales. La Danza del Coyote se transforma en una respuesta a la homogenización y al control externo, ofreciendo una vía para que las nuevas generaciones se reconozcan en la fuerza de sus ancestros. Cada movimiento, cada compás, rememora el esfuerzo colectivo de preservar una identidad que ha sido atacada por intereses económicos y políticos.

El acto de recuperar esta danza no es un homenaje nostálgico, sino una reivindicación actual de derechos que se han visto vulnerados. Al convocar a la comunidad para recuperar sus rituales, Daliri Oropeza subraya la importancia de mantener viva la cultura y de fortalecer la capacidad del pueblo para gestionar su destino. Consultar este libro se convierte en un ejercicio de formación y de concientización, pues invita a comprender cómo la cultura se sostiene dentro de la autonomía y la autodeterminación.

La revitalización de la Danza del Coyote nos invita a reflexionar sobre la importancia de proteger las tradiciones indígenas no como piezas de museo, sino como prácticas vivas que fortalecen a las comunidades. La danza, en este caso, es más que un ritual: es un símbolo de persistencia y un llamado a reconocer los derechos culturales de los pueblos originarios que es la esencia misma de la vida comunitaria.

 ¿QUÉ ES HACER JUSTICIA PARA LOS YAQUIS?

La pregunta “¿qué es hacer justicia para los yaquis?” se presenta de manera contundente en la obra, resaltando una problemática que se extiende a lo largo de décadas y que sigue siendo motivo de controversia en las políticas estatales. La justicia, en este contexto, no se circunscribe a la firma de acuerdos o a la aplicación de normativas burocráticas, sino que debe materializarse en acciones que repongan lo arrebatado y que reconozcan la dignidad de un pueblo marginado.

Las respuestas que surgen de la consulta de testimonios, como las de Clementina y Guadalupe Flores, evidencian que la reparación implica devolver la tierra, el agua y el derecho a decidir sobre el propio destino. Ésta interrogante subraya que la justicia verdadera no puede medirse en términos de formalidades legales, sino en la capacidad de transformar las condiciones de vida de aquellos que han sido víctimas de un despojo sistemático.

El libro evidencia cómo el discurso gubernamental, a menudo cargado de promesas vacías, se distancia de la realidad que viven los yaquis. La insistencia en preguntar por la justicia sirve para desmantelar la lógica de compensaciones monetarias o de gestos simbólicos que no abordan la raíz del problema. La reparación exige un cambio profundo en las estructuras de poder, donde las comunidades originarias tengan un papel decisivo en la formulación y ejecución de políticas públicas.

Daliri Oropeza articula esta problemática de manera que el lector se ve obligado a cuestionar la efectividad de las medidas adoptadas por el Estado. La pregunta «¿qué es hacer justicia para los yaquis?» se transforma en una invitación a repensar el concepto de justicia, ampliando su significado para incluir la reparación material y simbólica de una larga historia de exclusión.

LA INTERSECCIÓN DE MEMORIA, CULTURA Y JUSTICIA

La memoria, la cultura y la justicia no constituyen meros conceptos abstractos, sino ejes fundamentales que estructuran el pensamiento crítico para comprender la realidad del pueblo yaqui. Cada uno de estos elementos ofrece una perspectiva única que, al entrelazarse, fortalece la defensa de la identidad y los derechos indígenas.

La memoria yaqui aparece como una herramienta de resistencia. Representada por las voces de su pueblo, trasciende la simple conservación histórica para convertirse en un acto político de denuncia y reconstrucción. A través de trabajos como los de Daliri Oropeza, la memoria combate la omisión histórica y mantiene viva la verdad de la comunidad, desafiando los relatos oficiales que buscan silenciar su experiencia.

La Danza del Coyote ilustra cómo la cultura va más allá de un ritual: es una práctica de reafirmación identitaria. En medio de procesos de exclusión y homogeneización, cada movimiento se convierte en un gesto de resistencia. La renovación cultural no es nostálgica, sino estratégica, preservando la capacidad de autogestión y autonomía del pueblo yaqui.

La justicia, entonces, no se agota en declaraciones formales. Se exige una transformación profunda que reconozca la diversidad cultural y garantice los derechos territoriales. La pregunta persistente sobre qué significa hacer justicia para los yaquis desnuda la insuficiencia de las políticas actuales y reclama acciones concretas que reconstruyan la dignidad de un pueblo históricamente marginado.

LA JUSTICIA QUE LOS YAQUIS EXIGEN: UN LLAMADO SIN PUNTOS INTERMEDIOS

El río Yaqui ya no puede esperar. Sus aguas, otrora caudalosas, hoy son apenas un hilo de memoria entre la tierra agrietada. La resistencia yaqui no es un tema de discusión académica ni un capítulo más en la historia de los pueblos originarios; es una urgencia que clama acciones concretas, sin medias tintas ni demoras. Las palabras han sobrado, los diagnósticos están hechos. Lo que sigue es el movimiento firme desde abajo para cambiar lo que nunca debió romperse.

El Estado debe dejar de fingir diálogos donde solo habla él. Las consultas a los pueblos originarios no pueden seguir siendo actos protocolarios, reuniones donde funcionarios leen documentos en un español que nadie entiende, mientras afuera esperan camionetas oficiales y policías. La verdadera consulta ocurre en asamblea, bajo la sombra de las enramadas, en los patios comunales, en los cerros donde resiste la memoria. Debe haber traductores que respeten el jiak noki, el mayo yeme, el wixárika, el ayuujk, y todas las lenguas que sostienen estas tierras. Sin presiones ni plazos absurdos. Si no se escucha a la tropa, a las cantoras, a los mayores, a los guardianes de cada pueblo, cualquier acuerdo será otro engaño más, otro papel que no vale la tierra que pisamos.

La devolución de tierras y agua no es negociable. No se trata de compensaciones económicas ni de proyectos asistencialistas que perpetúan la dependencia. Hablamos de la cancelación inmediata del Acueducto Independencia, de la restitución del caudal que por decreto les pertenece, de la anulación de concesiones mineras y gasoductos que siguen envenenando el territorio. Las tierras deben regresar a manos yaquis, sin intermediarios, sin trampas legales que las conviertan en mercancía. No es reparación histórica; es justicia elemental, la misma que cualquier pueblo exigiría si le arrebataran su razón de existir.

El Distrito de Riego 018 es una burla escrita en lenguaje burocrático. No puede ser que el agua, ese hilo sagrado que une a los ocho pueblos, termine administrada por normas ajenas, por funcionarios que nunca han caminado bajo el sol del Bakatete. La solución es clara: un organismo autónomo, dirigido por los yaquis, donde las decisiones nazcan de la asamblea y no de un escritorio en la Ciudad de México. El agua debe fluir primero para las siembras tradicionales, para los ritos, para la vida, no para los cultivos industriales que solo dejan sequía y deudas.

La educación y la justicia deben hablar en jiak noki. No basta con incluir un folleto sobre diversidad cultural en las escuelas; los niños yaquis tienen derecho a aprender su historia en su lengua, a reconocer a sus personajes, a entender que su resistencia no es un capítulo olvidado, sino un presente vivo. Y en los tribunales, ¿cuándo dejarán de ser criminalizados por defender lo suyo? Se necesita comprender que la ley yaqui no es una costumbre pintoresca, sino un sistema jurídico tan válido como el que se impone desde los códigos occidentales.

La autonomía no es una concesión, es un derecho. Los yaquis no piden permiso para existir; exigen que el Estado deje de entrometerse en su forma de gobernar, de proteger sus sitios sagrados, de decidir qué proyectos entran y cuáles destruyen. No más planes de desarrollo diseñados en oficinas lejanas, no más programas sociales que dividen a las comunidades. La verdadera autonomía significa respeto, significa que nadie externo puede decidir por ellos, por ellas.

El tiempo de las promesas ha expirado. Cada día sin acción es un día en que el río mengua su fuerza, en que las y los jóvenes se alejan de sus raíces, en que la memoria se desvanece.

La resistencia yaqui ha sido inbatible, no por capricho, sino por una necesidad imperiosa. Incluso la paciencia más firme tiene sus límites. Las cicatrices de este pueblo no son meras marcas del pasado, son heridas abiertas que claman por justicia. No se cerrarán con palabras vacías, sino con acciones concretas y tangibles.

El Estado, cómplice histórico del despojo, ha tomado una decisión que quedará grabada para siempre. Como todo en este territorio, su elección será registrada en el agua, en la tierra, en la memoria colectiva que jamás se dejará silenciar.

UN LLAMADO A LA ACCIÓN DESDE LA MEMORIA Y LA CULTURA

“Yaquis: La Resistencia Imbatible” de Daliri Oropeza trasciende los límites de un libro convencional. Es un manifiesto que desafía la narrativa oficial, rescatando la memoria y la dignidad de un pueblo que ha resistido siglos de marginación. A través de la figura de Don Camilo y la recuperación de la Danza del Coyote, la obra nos invita a repensar nuestra comprensión de la justicia y la identidad cultural.

La lectura no es un mero ejercicio informativo, sino una experiencia transformadora. Cada testimonio se convierte en un llamado urgente a la acción, desenmascarando un sistema que ha privilegiado sistemáticamente los intereses económicos sobre los derechos humanos. La propuesta de Daliri Oropeza va más allá de la denuncia: es una construcción colectiva de memoria, un ejercicio de reconstrucción histórica que exige participación activa.

La reparación no se logrará con discursos vacíos, sino con un compromiso radical y transformador. La memoria de los yaquis se despliega como un territorio de resistencia, habitado por archivos personales que guardan testimonios, por danzas tradicionales que renuevan la identidad y por preguntas que desafían el silencio impuesto.

Éste libro se configura como una herramienta relevante para periodistas, activistas y personas comprometidas. No busca simplemente documentar, sino provocar: cada página es un llamado a la acción, una invitación a abandonar la indiferencia y reconocer la diversidad como un valor inherente a nuestra humanidad.

Más allá de la narrativa histórica, este texto es un manifiesto: una declaración de compromiso con la autonomía de los pueblos originarios. No se trata de una simple reconstrucción del pasado, sino de construir un futuro donde la dignidad y el derecho a la autodeterminación sean realidades concretas, no promesas vacías.

La responsabilidad, como sabiamente muestra Daliri, no recae en abstractos actores sociales, sino en cada uno de nosotros y nosotras. Comprender la historia de las y los yaquis implica un ejercicio profundo de empatía y consciencia: transformar la memoria en acción, convertir la cultura en un acto de resistencia permanente, hacer de la justicia un compromiso vivo que se ejerce cada día y en todo encuentro.



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