En una tarde gris del 26 de septiembre, la Ciudad de México se cubre de llovizna mientras miles marchan por los 43 de Ayotzinapa. Estas fotos retratan siluetas bajo impermeables, pancartas empapadas y gritos que resisten al viento. Del Ángel al Zócalo, cada paso es un verso de memoria contra la impunidad.
Por Kino Balu
Primera Parte: Ayotzinapa
El Asfalto Mojado Revela Verdades
Las gotas de lluvia golpean rostros curtidos mientras alzan las fotografías de sus hijos. En algunas de las madres que encabezan la protesta hay manos que tiemblan—no por el frío de la llovizna persistente, sino por la rabia acumulada en cuatro mil días de búsqueda. Se repite un gesto convertido en ritual: sostener imágenes que el tiempo ha amarilleado, pero que la memoria conserva nítidas como heridas abiertas.
La lente fotográfica intenta capturar ese instante, despojando al color para concentrarse en lo esencial: la ausencia. Once años después, las calles de la Ciudad de México se transforman en una sala forense donde cada manifestación examina nuevas evidencias del mismo crimen. Las pancartas empapadas funcionan como placas radiográficas que revelan fracturas del sistema: aquí, el expediente de la DEA que durante ocho años ocultó información vital; allá, el testimonio militar que sigue bajo llave.
En esta marcha, los rostros de los padres contrastan con la juventud perpetua de los desaparecidos. La fotografía monocromática acentúa esta distorsión temporal: mientras los 43 permanecen congelados a los 18 años, sus familias han encanecido persiguiendo fantasmas institucionales. Cada paso sobre el asfalto desmiente la “verdad histórica” de Peña Nieto y cuestiona las promesas incumplidas de López Obrador. La llovizna borra contornos, pero no la certeza: el Estado mexicano sigue siendo cómplice del crimen que dice investigar.
Los paraguas se vuelven escudos contra la indiferencia oficial. Cuando la cámara se detiene en estos rostros, expone una verdad incómoda: la desaparición forzada no fue un error, sino el engranaje perfecto de un sistema. La lluvia que empapa pancartas también arrastra la tinta corrida de informes oficiales—documentos que prometen justicia mientras protegen a los responsables.










Fotografía: Kino Balu, 26-09-2025, CDMX. Once años después de la desaparición forzada, hay manos que tiemblan no por el frío, sino por la rabia acumulada en cuatro mil días de búsqueda.
Segunda Parte: Sombras de la Lluvia
Veinticinco Mil Kilómetros de Dignidad
Más de 25,000 kilómetros han recorrido estas familias en once años. Son pies hinchados, espaldas quebradas, corazones que laten con miedo en carreteras dominadas por el crimen organizado. Cada kilómetro confirma que la resistencia aquí no es consigna política, sino condición de supervivencia.
La fotografía queda corta para capturar esta geografía del dolor: cuerpos que han caminado desde Tixtla hasta Chicago, desde Guerrero hasta Ginebra. Las madres cargan dos pesos: el de sus cuerpos desgastados y el de una verdad que el Estado se niega a procesar. Sus rostros, endurecidos por la intemperie de mil marchas, muestran el costo físico de exigir justicia en un país que criminaliza la búsqueda.
El informe de la DEA, revelado el 26 de septiembre de 2025, funciona como un químico revelador que exhibe lo que siempre estuvo a la vista: la colusión entre agencias antidrogas estadounidenses y cárteles mexicanos. Mientras los padres caminaban buscando a sus hijos, la DEA conocía detalles sobre Guerreros Unidos que habrían cambiado el rumbo de la investigación. Ocho años de silencio institucional equivalen a ocho años de caminar en círculos.
La lluvia de aquel 26 de septiembre se convierte en metáfora líquida: cada gota contiene la historia de una búsqueda frustrada. Los cuerpos empapados en la manifestación contrastan con los cuerpos ausentes de los 43. Esta presencia-ausencia define la fotografía del caso Ayotzinapa: lo que no se ve determina lo que se muestra. Las familias han transformado su dolor en prueba visible, exhibiendo la descomposición del Estado mexicano con cada marcha.
Sus pasos sobre el pavimento mojado generan un archivo sonoro de la impunidad: el chapoteo incesante de quienes se niegan a detenerse hasta encontrar respuestas. La cámara guarda ese sonido en silencio, volviendo el movimiento un testimonio visual de una búsqueda que rechaza todo punto final.









Fotografía: Kino Balu, 26-09-2025, CDMX. Las familias de Ayotzinapa han transformado la geografía del dolor en un archivo viviente que va desde Tixtla hasta Chicago, desde Guerrero hasta Ginebra, cargando el peso físico de exigir justicia en un país que criminaliza la búsqueda.
Tercera Parte: Luces de la Lucha
El Enfoque Que Falta
La fotografía elimina distracciones cromáticas para concentrarse en la estructura: rostros cansados que sostienen pancartas, arrugas que trazan once años de lucha, manos que no sueltan imágenes aunque la lluvia las desgaste.
Ningún gobierno resolverá Ayotzinapa porque todos forman parte de su diseño. La alternativa no está en urnas ni en oficinas: está en redes de búsqueda autónomas que no dependan de instituciones corrompidas. Las madres y los padres de Ayotzinapa han construido, sin proponérselo, un modelo: investigación independiente, presión internacional directa, alianzas con científicos forenses que no responden al gobierno mexicano.
Los 25,000 kilómetros recorridos guardan información que ningún expediente oficial registra.
La lluvia del 26 de septiembre “lava” las calles, pero no limpia la sangre institucional. Cada gota que golpea el pavimento recuerda una verdad: los 43 no regresarán por decreto presidencial. Volverán cuando sus familias, con pies cansados y dignidad inquebrantable, señalen cada mentira hasta revelar la imagen completa del crimen.
Las fotografías de esta manifestación muestran un sistema diseñado para quebrar cuerpos. Mientras el Estado mexicano siga protegiendo a militares, narcos y políticos, esos padres y madres seguirán caminando. Sus pasos sobre el asfalto mojado escriben la historia de México: un país donde la justicia se busca a pie, bajo la lluvia, con la certeza de que la verdad no prescribe.









Fotografía: Kino Balu, 26-09-2025, CDMX, Pasos sobre el asfalto mojado escriben la historia real de México, donde la justicia se busca a pie, con la certeza indestructible de que la verdad no prescribe.
Podcast de El Giro de la Rueda

El pasado y el presente se cruzan en el giro de la rueda.
Estación para reflexionar sobre las huellas que dejan historias de resistencia. A través de crónicas, cantos y memorias, exploraremos el hilo de la justicia social y los derechos de los pueblos.
Historias que nos invitan a cambiar la narrativa de nuestras vidas.
¿Estás listo, lista para girar la rueda?
Una transmisión que cruza arte, política y memoria colectiva. El programa de opinión Se Tiene Que Decir, emitido desdeRadio Huaya, La Voz Campesina, dedicó su espacio a la exposición “Grabadoras de Historias”, donde 140 mujeres artistas de pueblos originarios y afrodescendientes ocuparonpor completo el Museo Nacional de la Estampa. Más de 200 piezas, 12 lenguas y 11 estados confluyen en una muestra que no busca ornamento, sino visibilidad histórica y disputa del espacio institucional.
La emisión aborda la fuerza gráfica de creadoras mazatecas, zapotecas, comcáac, purépechas y afromexicanas. Destaca laentrevista a la maestra Ingrid Saénz Sánchez, cuya obra confronta la violencia histórica ejercida sobre los cuerpos de mujeres negras, pero también recoge las voces de otras artistas clave: la maestra Eusebia, de Eloxochitlán de FloresMagón, con su pieza Íchjín ’Tsen, Mujeres con Rabia; Argelia Matus, de Juchitán, quien trabaja la gráfica desde elcuerpo y el cabello como memoria; Sara Monroe, de la Nación Comcáac, y Reina Kimberly Sánchez Queríapa, de Cherán, quienes documentan procesos de vida comunitaria y cuidado cotidiano.
Un episodio que deja claro que esta exposición no es un gesto simbólico, sino una afirmación colectiva de memoria y justicia.
Escúchalo completo y acompaña esta conversación urgente.

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