Esta historia denuncia el abandono médico estructural en pueblos originarios.
Miguel Hernández enfermó de leucemia cuando tenía apenas dos años. Todo comenzó con fiebre alta, que superaba los 40 grados, seguida de salpullidos en su pequeño cuerpo y un llanto constante que duraba todo el día. Preocupados, sus padres lo llevaron al médico en Pinotepa Nacional, el viaje duró alrededor de una hora, contrataron una camioneta pasajera para llegar al médico, quien les indicó que debían trasladarse de inmediato al Instituto Nacional de Pediatría (INP) en la Ciudad de México.
Este relato, documentado por Onofre Nicolás Sánchez, expone las realidades que enfrentan las familias rurales cuando la enfermedad llega a sus hogares. A través de este artículo y el podcast que lo acompaña, documentamos la travesía de cinco años de Miguel y su familia, desde los primeros síntomas hasta su muerte a los 7 años en un autobús rumbo a la capital del país.
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Voz: Laura Quintro – Guion: Kino Balu
Basado en una historia escrita por Onofre Nicolás Sánchez
Miguel Hernández, un niño de 7 años
Miguel Hernández enfermó de leucemia cuando tenía apenas dos años. Todo comenzó con fiebre alta, que superaba los 40 grados, seguida de salpullidos en su pequeño cuerpo y un llanto constante que duraba todo el día.
Preocupados, sus padres lo llevaron al médico en Pinotepa Nacional el viaje duró alrededor de una hora, contrataron una camioneta pasajera para llegar al médico, quien les indicó que debían trasladarse de inmediato al Instituto Nacional de Pediatría (INP) en la Ciudad de México.
Juan Hernández, padre de Miguel, tuvo que vender una vaca para costear el viaje. Llegaron a la capital y se hospedaron con un familiar, a quien había sido avisado previamente de la emergencia. Con el pase del hospital de Pinotepa, Miguel fue atendido rápidamente en el Instituto Nacional Pediatría –INP–, donde los médicos confirmaron el diagnóstico: leucemia tipo A.
Durante cinco años, Miguel enfrentó la enfermedad. Sus citas y sesiones de quimioterapia en el INP eran constantes y dolorosas, aunque en muchas ocasiones solo podían viajar él y su madre, Emilia, debido a las dificultades económicas. Juan había vendido la mayor parte de su ganado, fruto de años de trabajo en los campos de California antes de casarse con Emilia.
“Cuando se recuperara de su quimio, fueran juntos al zoológico de Chapultepec porque quería conocer al oso panda, como venía en los libros de primaria que tenía en casa”
En agosto de 2023, Miguel recibió una sesión de quimioterapia que le dejó muy animado. Al salir del tratamiento, le pidió a su madre que, cuando se recuperara de su quimio, fueran juntos al zoológico de Chapultepec porque quería conocer al oso panda, como venía en los libros de primaria que tenía en casa, esa visita al zoológico fue de lo más divertido para Miguel, no solo conoció al oso panda, sino que también a los demás animales que se mencionan en los libros de primaria. Su ida al zoológico, fue de lo más normal de un niño que enfrentaba los padecimientos de la leucemia, sin ningún síntoma fuera de lo normal.
Días antes, el médico recomendó monitorear al niño durante cinco días para descartar reacciones adversas como fiebre, vómitos o diarrea, sin embargo en ese lapso de tiempo, el niño se comportó de lo más normal posible. Al no presentar síntomas, la madre de Miguel decidió regresar al pueblo, abordaron en la terminal de Taxqueña a Santiago Jamiltepec, el viaje era de diez horas de camino, tiempo considerable, para que la enfermedad volviera a manifestarse.
Durante el viaje de regreso, Miguel comenzó a mostrar síntomas de fiebre y vómitos. Al llegar a Jamiltepec, su estado empeoró, su debilidad hacía que no pronunciara palabras, y su cuerpo no se podía mantener firme, y menos pararse por sí solo, sus piernas no respondían y debía estar en brazos de su madre para que se pudiera sostener al menos sentado. Tomaron un taxi que los llevó a casa por 400 pesos.
Al llegar a casa Juan intentó aliviar la fiebre con remedios caseros, pero al no obtener resultados, decidió regresar a la Ciudad de México. Esta vez, él acompañaría a su hijo debido a la gravedad de su condición.
En la tarde, tomaron un camión económico en Jamiltepec hacia la ciudad, pagando 600 pesos por persona. Durante el trayecto, Miguel lloraba y algunos pasajeros ofrecieron ayuda, sugiriendo aplicar alcohol en su piel para calmarlo. Pasando Pinotepa, Miguel logró pronunciar unas palabras: “vámonos para la casa”. Sin embargo, ya no podían regresar, porque la intención era llegar a la ciudad de México, faltaban ocho horas al menos para llegar.
Minutos después, Miguel falleció en los brazos de su padre. Juan, devastado, sin comentarle de lo sucedido a su esposa quien iba junto a él, decidió bajar en Cuajinicuilapa, le comentó al conductor del autobús que no podían seguir, por lo que debían regresar al pueblo. Ahí en Cuajinicuilapa contrató un taxi por 1700 pesos que los llevaría de regreso a su hogar.
Para evitar problemas, Juan le dijo a su esposa que el niño solo estaba desmayado y le pidió que no llorara, que todo se iba a resolver. En cuanto llegó el taxi, Juan colocó el cuerpo de Miguel en los brazos de sus madre en el asiento trasero como si estuviera dormido, mientras distraía al chofer con conversaciones del acalorado clima de la región, de temas políticos y temas musicales de los grupos del momento.
Al pasar por un retén de la Secretaría de la Defensa Nacional en Santa María Cortijos, un elemento de la Guardia Nacional preguntó si el niño estaba dormido, y ellos asintieron que sí. Continuaron el viaje hasta llegar a casa alrededor de las diez de la noche.
Ya en casa, Juan confesó a su esposa que Miguel había fallecido en el camión y que en todo el camino, el niño ya había muerto. Se abrazaron y ambos lloraron desconsoladamente. Llamaron a toda la familia y dieron aviso a las autoridades.
Las campanas de la iglesia resonaron como lo establece la costumbre para avisar al pueblo que una persona menor de edad ha fallecido. La autoridad de salud determinó que el niño había muerto en casa. Días antes de su última visita al hospital, Miguel había pedido una fiesta de cumpleaños con pastel y tres piñatas. Celebraron su cumpleaños con tamales, pasteles y mucha diversión, cumpliendo el deseo de Miguel.
“De grande quería ser doctor para curar niños en su misma condición”
En la soplada al pastel Miguel pidió aliviarse de esa horrible enfermedad. Comentó a su madre que de grande quería ser doctor para curar niños en su misma condición. Sin embargo, el destino quiso llevarse a Miguel y con él su sueño de ayudar a los demás. Miguel Hernández de 7 años, fue un niño muy valiente quien luchó por muchos años con una enfermedad que acabó con su vida, dentro de un autobús hacia la capital del país.
En memoria de Miguel Hernández
Una historia que nos recuerda la valentía de quienes luchan contra la adversidad y la fortaleza del amor familiar ante las pruebas más difíciles de la vida.
El Abandono Sistemático del Estado Mexicano
La mortalidad infantil en México continúa exponiendo la negligencia sistemática del Estado mexicano, que abandona de manera recurrente a las poblaciones rurales e indígenas. Mientras se proclaman avances en salud pública, estas comunidades enfrentan una realidad devastadora en la supervivencia de sus recién nacidos, revelando la indiferencia institucional hacia los sectores más vulnerables.
La Evidencia de una Crisis Institucional
Los datos del Instituto de Estadística y Geografía (INEGI) de la Encuesta de la Dinámica Demográfica (ENADID) 2023 no solo evidencian esta disparidad, sino que exponen la negligencia estatal: la Tasa de Mortalidad Infantil (TMI) en localidades rurales alcanzó 16.7 defunciones por cada mil nacimientos, superando la cifra de 14.6 en zonas urbanas. Esta estadística refleja décadas de políticas excluyentes que han convertido al Estado mexicano en responsable directo del abandono de sus pueblos originarios.
El Consejo de Población (CONAPO), órgano gubernamental, ha corroborado consistentemente esta brecha. Estados como Chiapas, Guerrero y Oaxaca —territorios históricamente marginados por el centralismo— mantienen las tasas de mortalidad infantil más elevadas del país. La reducción marginal de la diferencia entre mortalidad indígena y no indígena en las últimas décadas no representa un progreso real, sino que oculta la persistencia de un sistema que nunca ha dejado de marginar a los pueblos originarios.
“Un alarmante 91% de niñas, niños y adolescentes indígenas viven en situación de pobreza, lo que impacta directamente en su salud y esperanza de vida.”
UNICEF México subraya que esta problemática constituye un “síntoma de desigualdad social” —término que suaviza la realidad de una crisis humanitaria evitable. La falta de acceso a servicios de salud de calidad, la desnutrición crónica que afecta a 1 de cada 8 niños en la primera infancia, la ausencia de agua potable y saneamiento, junto con las condiciones de miseria extrema, no son simples “factores” sino manifestaciones concretas del abandono estatal hacia los más vulnerables. El dato de que el 91% de niñas, niños y adolescentes indígenas viven en situación de pobreza revela la magnitud del fracaso institucional en garantizar derechos básicos.
Organización Popular Contra la Negligencia Estatal
En síntesis, la elevada mortalidad infantil en las comunidades rurales e indígenas de México no es un problema multifactorial, sino el resultado directo de un Estado que ha normalizado el abandono sistemático de sus sectores más vulnerables. No se trata meramente de “mejorar el acceso a servicios de salud” sino de confrontar un aparato gubernamental que ha convertido la negligencia hacia la infancia indígena en política de facto. Solo la organización popular autónoma y la presión social sostenida pueden obligar al Estado a cumplir con sus obligaciones básicas hacia la supervivencia de la infancia de los pueblos originarios.
La supervivencia de la infancia indígena no puede depender de la benevolencia estatal, sino de la capacidad de los pueblos para organizarse y exigir el cumplimiento de sus derechos fundamentales.
Originario del municipio mixteco de San Agustín Chayuco, en la costa de Oaxaca.
Licenciado en Economía, Pasante de Derecho en la UNAM, y Maestro en Gestión Pública para la Buena Administración en la Escuela de Administración Pública de la Ciudad de México.


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